miércoles, 13 de mayo de 2009

Montaña

Sin una basura por donde se mirara, el camino para llegar a esta peña, tan alta como para dominar con la vista sus sinuosas formas, casi femeninas, convertirse en valles labrantíos. Tan alto como para sentir el aire helado de la sierra golpearnos con fuerza. Yo me alegré de que yo no me iba a desnudar, pero cuando vi las fotos en mi escritorio, pensé que me habría gustado sentir el frío y las piedras tocar mi piel.

Mariposas Blancas

Le dije a Carreño que estaba buscando locaciones para las imágenes de Mariposas Blancas. Él, que es un excelente cómplice para esto de la creación plástica, ofreció llevarme a algunos lugares que ha estado explorando para su propio proyecto, en El Orito. De camino encontramos a Jakie, quien con su español con acento me dijo “Mayra: he estado buscando ríos por ti, pero todos están secos”, y me describió todas las cañadas que alcanzábamos a ver en esas faldas de la sierra. Le agradecí sinceramente su interés y su información, pues aunque yo con gusto habría hecho esa caminata, me lo evitó –cosa que se agradece cuando una trae en su espalda algo valioso y pesado. Y, ciertamente, a mediados de abril no llueve aún en este lugar entre sierras y montañas, y su impecable cielo azul no tiene mácula de nube alguna. Pasos más adelante caminamos a la parte baja de un puente mientras él me contaba una historia: tres jóvenes que se van de pinta. Verano. Les sorprende un aguacero torrencial, se cubren ahí, bajo ese puente. El río crece tanto que los arrastra. Uno de ellos muere. Su cuerpo lo encontraron nueve kilómetros más adelante, en una comunidad llamada Yerbabuena. Yo conocía la historia, pero fue brutal estar ahí, en el lugar de los hechos, imaginar la inexperiencia de los chavos, y suponer que quisieron esquivar los rayos ocultándose bajo el puente. Mirar las rocas con que se habrá golpeado el que falleció, y lo agudo de la cañada. Más impactante porque Carreño no sabía aún de el tema de Mariposas… y ahí mismo le conté: una reflexión, una lectura personal sobre la relación que los mexicanos prehispánicos del centro del país tenían con la muerte. El contexto de esta caminata estaba lejos de lo prehispánico, pero cerca de la evidencia de lo fatal; por lo que respetuosamente me pareció que empezaba bien este proyecto. El perro que nos acompañaba nos sacó de ahí con una carrera que pegó montaña arriba a perseguir unos muchachos amigables, y nos devolvió el camino a casa.

Doce